31 may 2010

El domingo, día de descanso



El domingo, día de descanso

Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini, sobre la santificación del domingo (31 de mayo de 1998)

El día del descanso



64. Durante algunos siglos los cristianos han vivido el domingo sólo como día del culto, sin poder relacionarlo con el significado específico del descanso sabático. Solamente en el siglo IV, la ley civil del Imperio Romano reconoció el ritmo semanal, disponiendo que en el «día del sol» los jueces, las poblaciones de las ciudades y las corporaciones de los diferentes oficios dejaran de trabajar. [107] Los cristianos se alegraron de ver superados así los obstáculos que hasta entonces habían hecho heroica a veces la observancia del día del Señor. Ellos podían dedicarse ya a la oración en común sin impedimentos. [108]

Sería, pues, un error ver en la legislación respetuosa del ritmo semanal una simple circunstancia histórica sin valor para la Iglesia y que ella podría abandonar. Los Concilios han mantenido, incluso después de la caída del Imperio, las disposiciones relativas al descanso festivo. En los Países donde los cristianos son un número reducido y donde los días festivos del calendario no se corresponden con el domingo, éste es siempre el día del Señor, el día en el que los fieles se reúnen para la asamblea eucarística. Esto, sin embargo, cuesta sacrificios no pequeños. Para los cristianos no es normal que el domingo, día de fiesta y de alegría, no sea también el día de descanso, y es ciertamente difícil para ellos «santificar» el domingo, no disponiendo de tiempo libre suficiente.

65. Por otra parte, la relación entre el día del Señor y el día de descanso en la sociedad civil tiene una importancia y un significado que están más allá de la perspectiva propiamente cristiana. En efecto, la alternancia entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo, como se deduce del pasaje de la creación en el Libro del Génesis (cf. 2,2-3; Ex 20,8-11): el descanso es una cosa «sagrada», siendo para el hombre la condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios. El poder prodigioso que Dios da al hombre sobre la creación correría el peligro de hacerle olvidar que Dios es el Creador, del cual depende todo. En nuestra época es mucho más urgente este reconocimiento, pues la ciencia y la técnica han extendido increíblemente el poder que el hombre ejerce por medio de su trabajo.

66. Es preciso, pues, no perder de vista que, incluso en nuestros días, el trabajo es para muchos una dura servidumbre, ya sea por las miserables condiciones en que se realiza y por los horarios que impone, especialmente en las regiones más pobres del mundo, ya sea porque subsisten, en las mismas sociedades más desarrolladas económicamente, demasiados casos de injusticia y de abuso del hombre por parte del hombre mismo. Cuando la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha legislado sobre el descanso dominical, [109] ha considerado sobre todo el trabajo de los siervos y de los obreros, no porque fuera un trabajo menos digno respecto a las exigencias espirituales de la práctica dominical, sino porque era el más necesitado de una legislación que lo hiciera más llevadero y permitiera a todos santificar el día del Señor. A este respecto, mi predecesor León XIII en la Encíclica Rerum novarum presentaba el descanso festivo como un derecho del trabajador que el Estado debe garantizar. [110]

Rige aún en nuestro contexto histórico la obligación de empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del descanso y la distensión que son necesarios a la dignidad de los hombres, con las correspondientes exigencias religiosas, familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente pueden ser satisfechas si no es salvaguardado por lo menos un día de descanso semanal en el que gozar juntos de la posibilidad de descansar y de hacer fiesta. Obviamente este derecho del trabajador al descanso presupone su derecho al trabajo y, mientras reflexionamos sobre esta problemática relativa a la concepción cristiana del domingo, recordamos con profunda solidaridad el malestar de tantos hombres y mujeres que, por falta de trabajo, se ven obligados en los días laborables a la inactividad.

67. Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro. Las mismas bellezas de la naturaleza –deterioradas muchas veces por una lógica de dominio que se vuelve contra el hombre– pueden ser descubiertas y gustadas profundamente. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada regenerada sobre las maravillas de la naturaleza, dejándose arrastrar en la armonía maravillosa y misteriosa que, como dice san Ambrosio, por una «ley inviolable de concordia y de amor», une los diversos elementos del cosmos en un «vínculo de unión y de paz». [111] El hombre se vuelve entonces consciente, según las palabras del Apóstol, de que «todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias; pues queda santificado por la Palabra de Dios y por la oración» (1 Tm 4,4-5). Por tanto, si después de seis días de trabajo –reducidos ya para muchos a cinco– el hombre busca un tiempo de distensión y de más atención a otros aspectos de la propia vida, esto responde a una auténtica necesidad, en plena armonía con la perspectiva del mensaje evangélico. El creyente está, pues, llamado a satisfacer esta exigencia, conjugándola con las expresiones de su fe personal y comunitaria, manifestada en la celebración y santificación del día del Señor.

Por eso, es natural que los cristianos procuren que, incluso en las circunstancias especiales de nuestro tiempo, la legislación civil tenga en cuenta su deber de santificar el domingo. De todos modos, es un deber de conciencia la organización del descanso dominical de modo que les sea posible participar en la Eucaristía, absteniéndose de trabajos y asuntos incompatibles con la santificación del día del Señor, con su típica alegría y con el necesario descanso del espíritu y del cuerpo. [112]

68. Además, dado que el descanso mismo, para que no sea algo vacío o motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual, mayor libertad, posibilidad de contemplación y de comunión fraterna, los fieles han de elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del Evangelio. En esta perspectiva, el descanso dominical y festivo adquiere una dimensión «profética», afirmando no sólo la primacía absoluta de Dios, sino también la primacía y la dignidad de la persona en relación con las exigencias de la vida social y económica, anticipando, en cierto modo, los «cielos nuevos» y la «tierra nueva», donde la liberación de la esclavitud de las necesidades será definitiva y total. En resumen, el día del Señor se convierte así también, en el modo más propio, en el día del hombre.

NOTAS

[107] Cf. Edicto de Constantino, 3 de julio del 321: Codex Theodosianus II, tit. 8, 1, ed. Th. Mommsen, 12, 87; Codex Iustiniani, 3, 12, 2, ed. P. Krueger, 248.

[108] Cf. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino, 4, 18: PG 20, 1165.

[109] El documento eclesiástico más antiguo sobre este tema es el canon 29 del Concilio de Laodicea (segunda mitad del siglo IV): Mansi, II, 569-570. Desde el siglo VI al IX muchos Concilios prohibieron las «opera ruralia». La legislación sobre los trabajos prohibidos, sostenida también por las leyes civiles, fue progresivamente muy precisa.

[110] Cf. Enc. Rerum novarum (15 de mayo de 1891): Acta Leonis XIII 11 (1891), 127-128.

[111] Hex. 2, 1, 1: CSEL 321, 41.

[112] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1247; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 881 §§ 1.4.

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15 may 2010

La agricultura, la más honesta de las ocupaciones



La agricultura, la más honesta de las ocupaciones

ARISTÓTELES, Economía doméstica, Libro I.

[1343 b] Capítulo 2. Partes que componen la entidad familiar y problemas que suscitan las relaciones entre ellas


Las partes componentes de una familia [1] son las existencias humanas y los bienes y efectos móviles o inmuebles. Y así como la familia no es una excepción a la regla de que la naturaleza de una cosa debe primeramente ser estudiada en su más escueta y simple forma, seguiremos a Hesíodo y comenzaremos por sentar este postulado:

Se necesita primero la casa y la finca, y una mujer; un robusto buey de labranza, para la tierra.

Porque el lugar tiene la precedencia entre nuestras necesidades físicas, y la mujer la tiene entre nuestros compañeros libres. Por esta razón uno de los cometidos del arte de la administración doméstica es el de establecer un orden en las relaciones mutuas entre el hombre y la mujer; en otras palabras: procurar que ello sea lo que debe ser.

De entre las ocupaciones que se dirigen a atender nuestras posesiones y bienes muebles, vienen en primer lugar las que son naturales. Entre esas ocupaciones, la precedencia corresponde a cualquiera que vaya dirigida al cultivo de la tierra; aquellas que, como la minería, van dirigidas a extraer la riqueza de su seno, ocupan el segundo lugar. La agricultura es la más honesta de todas estas ocupaciones; supuesto que la riqueza que ella produce no deriva de otros hombres. En esto se distingue del comercio y de los empleos asalariados, que adquieren la riqueza de otros por medio de su consentimiento; y de la guerra, que la saca por la fuerza y sujeción. Eso es también una ocupación natural, porque, por convenio de la naturaleza, todas las criaturas reciben el sostenimiento de sus madres, y el género humano, como los demás, lo recibe de su madre común, la tierra.

Además de todo eso, la agricultura contribuye notablemente a la formación del carácter verdaderamente viril, porque, contrariamente a las artes mecánicas, no estropea ni debilita los cuerpos de los que se dedican a ello, sino que los habitúa a la vida al aire libre y al trabajo y los vigoriza de cara a los peligros de la guerra. Porque las posesiones de los agricultores y granjeros, contrariamente a las de los demás hombres, están fuera de las defensas de la ciudad.

Nota

[1] El término «familia», en la antigüedad, comprende tanto los componentes humanos de la misma en sentido amplio –parientes, trabajadores, esclavos–, como los bienes materiales de cualquier clase que hacen posible y garantizan la vida y prosperidad del conjunto. En la traducción nos atenemos siempre, para la palabra «familia», a esta acepción amplia del término [Francisco de P. Samaranch].

Fuente

Aristóteles, Obras. Aguilar S.A. ediciones (Segunda edición –primera reimpresión– 1973), p. 1378.

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11 may 2010

Frente al capitalismo, doctrina social de la Iglesia




Me complace saludaros al inicio de vuestra decimosexta sesión plenaria, dedicada a un análisis de la crisis económica mundial a la luz de los principios éticos consagrados por la doctrina social de la Iglesia. Agradezco a su presidenta, la profesora Mary Ann Glendon, sus amables palabras de saludo, y os expreso mis mejores deseos de que vuestras deliberaciones sean fructíferas.

El colapso financiero en todo el mundo, como sabemos, ha demostrado la fragilidad del sistema económico actual y de las instituciones relacionadas con él. También ha demostrado el error de la hipótesis según la cual el mercado es capaz de autorregularse, independientemente de la intervención pública y del apoyo de los criterios morales interiorizados. Esta hipótesis se basa en una noción empobrecida de la vida económica, como una especie de mecanismo de auto-calibración impulsado por el interés propio y la búsqueda de beneficios. Como tal, pasa por alto el carácter esencialmente ético de la economía, como una actividad de y para los seres humanos. Más que una espiral de producción y consumo en función de unas necesidades humanas definidas de un modo limitado, la vida económica debería ser un ejercicio de responsabilidad humana, intrínsecamente orientada hacia la promoción de la dignidad de la persona, la búsqueda del bien común y el desarrollo integral –político, cultural y espiritual– de individuos, familias y sociedades. Una apreciación de esta dimensión humana más plena exige, a su vez, precisamente el tipo de investigación y reflexión interdisciplinar que esta sesión de la Academia ha emprendido.

En la encíclica Caritas in veritate observé que «la crisis actual nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso» (n. 21). Ciertamente, volver a planificar el camino supone también buscar criterios generales y objetivos según los cuales juzgar las estructuras, las instituciones y las decisiones concretas que orientan y dirigen la vida económica. La Iglesia, basándose en su fe en Dios Creador, afirma la existencia de una ley natural universal que es la fuente última de estos criterios (cf. ib., 59). Sin embargo, también está convencida de que los principios de este orden ético, inscrito en la creación misma, son accesibles a la razón humana y, como tal, deben ser adoptados como base para las decisiones prácticas. Como parte de la gran herencia de la sabiduría humana, la ley moral natural, que la Iglesia ha asumido, purificado y desarrollado a la luz de la Revelación cristiana, es un faro que orienta los esfuerzos de individuos y comunidades a buscar el bien y evitar el mal, a la vez que dirige su compromiso de construir una sociedad auténticamente justa y humana.

Entre los principios indispensables que constituyen este enfoque ético integral de la vida económica debe encontrarse la promoción del bien común, basada en el respeto de la dignidad de la persona humana y reconocida como principal objetivo de los sistemas de producción y de comercio, de las instituciones políticas y del bienestar social. En nuestros días, la preocupación por el bien común ha adquirido una dimensión global más marcada. También es cada vez más evidente que el bien común implica la responsabilidad respecto a las futuras generaciones. En consecuencia, la solidaridad entre generaciones se debe reconocer como criterio ético fundamental para juzgar cualquier sistema social. Estas realidades ponen de relieve la urgencia de reforzar los procedimientos de gobierno de la economía mundial, aunque con el debido respeto al principio de la subsidiariedad. Al final, sin embargo, todas las decisiones económicas y políticas deben estar encaminadas a «la caridad en la verdad», ya que la verdad preserva y canaliza la fuerza liberadora de la caridad en medio de las vicisitudes y las estructuras humanas, siempre contingentes. Pues «sin verdad, sin confianza y amor por lo que es verdadero, no hay conciencia social y responsabilidad, y la acción social termina sirviendo a los intereses privados y a las lógicas de poder, dando lugar a la fragmentación social» (Caritas in veritate, 5).

Con estas consideraciones, queridos amigos, expreso una vez más mi confianza en que esta sesión plenaria contribuya a un discernimiento más profundo de los graves desafíos sociales y económicos que afronta nuestro mundo, y ayude a señalar el camino para afrontar esos desafíos con espíritu de sabiduría, justicia y auténtica humanidad. Os aseguro una vez más mis oraciones por vuestro importante trabajo e invoco sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos las bendiciones divinas de alegría y paz.


Padre Lombardi.- Gracias, Santidad, sigamos entonces con el tema de Europa. La crisis económica se ha agravado recientemente en Europa y afecta particularmente también a Portugal. Algunos líderes europeos piensan que el futuro de la Unión Europea está en peligro. ¿Qué lección se puede aprender de esta crisis, también en el plano ético y moral? ¿Cuáles son las claves para consolidar la unidad y la cooperación de los países europeos en el futuro?

Papa.- Diría que precisamente esta crisis económica, con su componente moral, que nadie puede dejar de ver, es un caso de aplicación, de concretización de lo que he dicho antes, es decir, que dos corrientes culturales separadas deben encontrarse; de otro modo no encontramos el camino hacia el futuro. Vemos también aquí un falso dualismo, esto es, un positivismo económico que piensa poderse realizar sin la componente ética, un mercado que sería regulado solamente por sí mismo, por las meras fuerzas económicas, por la racionalidad positivista y pragmatista de la economía; la ética sería otra cosa, extraña a esto. En realidad, ahora vemos que un puro pragmatismo económico, que prescinde de la realidad del hombre –que es un ser ético– no concluye positivamente, sino que crea problemas insolubles. Por eso, ahora es el momento de ver cómo la ética no es algo externo, sino interno a la racionalidad y al pragmatismo económico. Por otro lado, hemos de confesar también que la fe católica, cristiana, era con frecuencia demasiado individualista, dejaba las cosas concretas, económicas, al mundo, y pensaba sólo en la salvación individual, en los actos religiosos, sin ver que éstos implican una responsabilidad global, una responsabilidad respecto al mundo. Por tanto, también aquí hemos de entablar un diálogo concreto. En mi encíclica Caritas in veritate –y toda la tradición de la Doctrina social de la Iglesia va en este sentido– he tratado de ampliar el aspecto ético y de la fe más allá del individuo, a la responsabilidad respecto al mundo, a una racionalidad «performada» de la ética. Por otra parte, lo que ha sucedido en el mercado en estos últimos dos o tres años ha mostrado que la dimensión ética es interna y debe entrar dentro de la actividad económica, porque el hombre es uno y se trata del hombre, de una antropología sana, que implica todo, y sólo así se resuelve el problema, sólo así Europa desarrolla y cumple su misión.

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1 may 2010

Ciudad litúrgica: crítica teológica al capitalismo


Ontmoeting van Abraham en Melchizedek — door Dirk Bouts, 1464–67

La Ciudad Litúrgica
La crítica teológico-política al capitalismo en la ortodoxia radical (Pickstock/Sureau)

Catherine Pickstock. Una ciudad litúrgica
Fuente: Denis Sureau, “Una nueva teología política”. Granada. Editorial Nuevo Inicio (pp. 164-165)

A la ciudad "laica" que separa al hombre de su participación en Dios, Catherine Pickstock le opone la visión cristiano-social de una ciudad litúrgica. La participación en Dios implica una participación social. La renovación del hombre interior se acompaña de la renovación de la comunidad humana, a partir de la Iglesia, concebida como sede inicial de esa ciudad renovada. Ahora bien, sólo por la liturgia el hombre y, por tanto, la sociedad tiene una experiencia de la participación en Dios que rompe la monotonía de la vida secular.

En su magnífico prefacio al librito “Radical Orthodoxy”. Pour une révolution théologique, Catherine Pickstock escribe:

El culto litúrgico no tiene como finalidad primera mejorar la calidad de nuestra vida colectiva, es la culminación misma de esa vida colectiva. Trabajamos, lo queramos o no, en la edificación de una sociedad basada en la justicia cuando de la plusvalía de nuestra producción hacemos colectivamente una obra de belleza, visible para la mirada de Dios... Necesitamos reencontrar el sentimiento de que nuestro trabajo y nuestra vida colectiva sólo pueden encontrar su cumplimiento en una ofrenda litúrgica a Dios. Y por encima de todo, necesitamos penetrarnos del sentimiento de que la caridad... sólo es a fin de cuentas un intercambio de dones; porque si el trabajo humano produce más de lo necesario, esa abundancia, lejos de servir para llenar los cofres de un viejo avaro, debe ser gozosamente ofrecida a Dios, a ese Dios que nutre el juego de ese intercambio de dones entre lo divino y lo humano. Únicamente de esta manera podremos reencontrar el radicalismo de la ortodoxia (Pickstock, Radical Orthodoxy. Pour une révolution liturgique, p. 32).

NOTAS

La Editorial Nuevo Inicio es una iniciativa del Arzobispo de Granada y de unos fieles cristianos, que juntamente ponen esta obra al servicio de la misión de la Iglesia, principalmente en la Archidiócesis de Granada, como parte de su responsabilidad en relación con la dignidad cultural de la fe cristiana, y con el presente y el futuro de nuestra historia. [...] La Editorial Nuevo Inicio quiere ser un instrumento pastoral en la superación del dualismo, sea de corte conservador o liberal, que es la causa singular más importante de la disolución de la Iglesia y de la pérdida de la fe en la sociedad contemporánea.

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