22 nov 2011

C.S. Lewis, Narnia y el diálogo interreligioso (y la esclavitud capitalista)



C.S. Lewis, Narnia y el diálogo interreligioso (y la esclavitud capitalista)

– Y hay otra cosa más que deben aprender –continuó el Mono–. He oído que algunos de ustedes dicen que soy un Mono. Pues no; soy un Hombre. Si parezco un Mono es sencillamente por lo viejo que soy: tengo cientos y cientos de años. Y debido a mi vejez, soy muy sabio. Y porque soy muy sabio soy el único a quien Aslan hablará. No se le puede molestar para que hable con un montón de animales estúpidos. Él me dirá a mí lo que tienen que hacer ustedes, y yo se los comunicaré. Y les doy un consejo: háganlo todo con la mayor rapidez, pues Él no va a tolerar ninguna tontería.

Hubo un silencio sepulcral, excepto el ruido de llanto de un tejón pequeñito a quien su madre trataba de mantener callado.

– Y ahora otra cosa –prosiguió el Mono, poniendo una nueva nuez dentro de su carrillo–. He oído que algunos de los caballos dicen: “Apurémonos y liquidemos lo más pronto posible este asunto de acarrear madera y volveremos a recuperar nuestra libertad”. Bueno, pueden sacarse esa idea de sus cabezas inmediatamente. Y no crean que sólo los caballos. Cualquiera capaz de trabajar será de ahora en adelante obligado a hacerlo. Aslan ha convenido todo con el Rey de Calormen, el Tisroc, como lo llaman nuestros amigos de la cara morena, los calormenes. Todos ustedes, caballos y toros y burros serán enviados a Carlormen a ganarse la vida trabajando, de tiro y de carga como hacen todos los caballos y sus semejantes en los demás países. Y ustedes, los animales que saben cavar como los topos y los conejos y los Enanos, irán a trabajar a las minas del Tisroc. Y...

– No, no, no –aullaron las Bestias–. No puede ser verdad. Aslan jamás nos vendería como esclavos al Rey de Calormen.

– ¡No es eso! ¡Callen ese griterío! –exclamó el Mono, con un gruñido–. ¿Quién ha hablado de esclavitud? No serán esclavos. Se les pagará, y muy buenos salarios. Es decir, la paga que reciban irá a las arcas de Aslan y él la usará sólo para el bien de todos.

Luego dio una rápida mirada, casi haciendo un guiño, al calormene jefe. El calormene hizo una reverencia y contestó en el pomposo estilo calormene:

– Muy sapiente Portavoz de Aslan, el Tisroc (que viva para siempre) está absolutamente de acuerdo con Su Señoría respecto a este juicioso plan.

– ¡Ahí tienen! ¡Ya lo ven! –exclamó el Mono–. Está todo arreglado. Y todo para vuestro propio bien. Nos será posible, con el dinero que ustedes ganen, hacer de Narnia un país donde valga la pena vivir. Habrá naranjas y plátanos en abundancia, y caminos y grandes ciudades y escuelas y oficinas y látigos y bozales y monturas y jaulas y perreras y prisiones... ¡Oh, habrá de todo!

– Pero nosotros no queremos todas esas cosas –dijo un anciano Oso–. Queremos ser libres. Y queremos escuchar a Aslan hablando en persona.

– Mira, no empieces a discutir –replicó el Mono–, porque eso es algo que no voy a tolerar. Soy un Hombre; tú eres sólo un Oso gordo, estúpido y viejo. ¿Qué sabes tú de libertad? Crees que la libertad significa hacer lo que quieras. Bueno, estás muy equivocado. Esa no es la verdadera libertad. La verdadera libertad consiste en hacer lo que yo te diga.

– Grñmmm –gruñó el Oso, rascándose la cabeza; le parecía que esta clase de cosas era muy difícil de entender.

– Por favor, por favor – dijo la voz aguda de un lanudo cordero, tan joven que todos se sorprendieron de que se atreviese a hablar.

– ¿Qué pasa ahora? –dijo el Mono–. Habla rápido.

– Por favor –continuó el Cordero–, no puedo entender. ¿Qué tenemos que ver nosotros con los calormenes? Nosotros pertenecemos a Aslan. Ellos pertenecen a Tash. Tienen un dios llamado Tash. Dicen que tiene cuatro brazos y la cabeza de un buitre. Matan Hombres ante su altar. Yo no creo que exista un ser como Tash. Pero si lo hubiera, ¿cómo podría Aslan ser amigo de él?

Todos los animales ladearon sus cabezas y sus ojos brillantes relampaguearon mirando al Mono. Sabían que era la mejor pregunta que se había hecho hasta ahora.

El Mono dio un salto y escupió al Cordero.

– ¡Qué infantil! –silbó–. ¡Tú, tonto balador! Andate a tu casa con tu mamacita a tomar tu leche. ¿Qué sabes tú de estas cosas? Pero los demás, escuchen. Tash es simplemente otro nombre de Aslan. Todas esas antiguas ideas de que nosotros estamos en lo cierto y los calormenes equivocados, es una tontería. Ahora lo sabemos mejor. Los calormenes usan diferentes palabras, pero todos queremos decir la misma cosa. Tash y Aslan son sólo dos nombres diferentes para Quién ustedes saben. Es por esa razón por la cual jamás puede haber una disputa entre ellos. Métanselo en sus cabezas, brutos estúpidos. Tash es Aslan; Aslan es Tash.

Tú sabes lo triste que puede ponerse a veces la cara de tu perro. Piensa en eso y piensa luego en las caras de aquellas Bestias que Hablan –todos aquellos honrados, humildes, desconcertados pájaros, osos, tejones, conejos, topos y ratones–, muchísimo más tristes todavía. Todos tenían la cola gacha, los bigotes caídos. Se te habría partido el corazón de pena de ver sus caras. Había uno solo que no parecía desdichado.

Era un gato rojizo, un inmenso Tom en la flor de la edad, que estaba sentado muy derecho con la cola enroscada en sus pies, en plena primera fila del grupo de Bestias. Había estado mirando fijo al Mono y al capitán calormene todo el tiempo y no había pestañeado jamás.

– Perdóname –dijo el Gato con gran cortesía–, pero esto me interesa. ¿Tú amigo de Calormen dice lo mismo?

– Ciertamente –contestó el calormene–. El ilustrado Mono, Hombre quiero decir, está en lo correcto. Aslan quiere decir, ni más ni menos, Tash.

– En especial, ¿Aslan no significa más que Tash? –sugirió el Gato.

– No significa más en absoluto – respondió el calormene, mirando al Gato directo a los ojos.

– ¿Es suficiente para ti, Jengibre? –preguntó el Mono.

– ¡Oh, por supuesto! –dijo Jengibre, con toda calma–. Muchas gracias. Sólo quería tenerlo bien claro. Creo que ya empiezo a entender.

Hasta ahora el Rey y Alhaja no habían dicho una palabra; esperaban que el Mono los invitara a hablar, ya que pensaban que no tenía objeto interrumpir. Pero cuando Tirian miró las caras tristes de los narnianos, y vio que estaban por creer que Aslan y Tash eran una sola cosa, no pudo soportar más.

– Mono –gritó a toda boca–, mientes. Mientes como un condenado. Mientes como un calormene. Mientes como un Mono.

Pretendía seguir y preguntar cómo el terrible dios Tash, que se alimentaba de la sangre de su pueblo, podría de alguna manera ser lo mismo que el buen León, cuya sangre salvó a toda Narnia. Si le hubiesen permitido hablar, probablemente el reinado del Mono habría terminado ese mismo día; las Bestias hubieran comprendido la verdad y habrían depuesto al Mono. Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra más, dos calormenes lo golpearon con todas sus fuerzas en la boca, y un tercero, por detrás de él, le dio un puntapié, haciéndole una zancadilla. Cuando cayó, el Mono chilló de rabia y terror:

– Llévenselo. Llévenselo. Llévenlo donde no pueda oírnos, ni nosotros podamos oírlo a él. Amárrenlo a un árbol allá. Yo, es decir Aslan, lo someterá a juicio más tarde.

FUENTE

C.S. LEWIS, Las Crónicas de Narnia, Libro VII. La última batalla, Cap. III. El mono en su esplendor.

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