2 ago 2013

La insaciable ansia de saber, el pecado de Salomón


El pecado de Salomón

La práctica de los misterios en Israel. Es un hecho abundantemente atestiguado por la historia de Israel que desde los primeros tiempos se practicaron los cultos falsos, los “misterios”. El “dios” que se fabrica en el desierto debía ser el buey, identificado en la mitología egipcia con Osiris; lo de becerro buey joven, ha de proceder del pequeño tamaño de la imagen fundida por Aarón (cf. Éxodo, 32, 4).

“Mas lo que nos interesa extraer del acontecimiento es la prueba de que el pueblo hebreo, hasta después de su milagrosa liberación, después de conocer experimentalmente, místicamente, la existencia de su verdadero Dios a través de una larga serie de prodigios, en su mayoría, sigue profesando la religión egipcia, como tan elocuentemente delata su apostasía, que ha de ser tan dura y sangrientamente castigada.

Ahora bien, cabe preguntarse si aquella mayoría del pueblo hebreo profesaría únicamente la idolatría egipcia en su aspecto exotérico, popular, grosero. De ser así, lógicamente no hubiese perdurado y la religión de Yahvé se hubiera impuesto. Mas como sucede lo contrario, la idolatría domina y es mayoritaria, con muy contadas excepciones, durante cortos periodos, a partir del final del reinado de Salomón. Lógicamente, se ha de inducir la existencia de una minoría en la élite judía, iniciada en el esoterismo, en los misterios, en la teología y teurgia egipcias, cuya existencia explicaría, como en todas las idolatrías de aquellos siglos y durante muchos ulteriores, el reinado popular de tan absurdas y groseras mitologías religiosas, de las cuales eran los “misterios” su espíritu, su alma, animación, infundiéndoles vitalidad, vida, merced en verdad a un recurso indigno. Porque para todos los iniciados en los “misterios”, las creencias populares eran falsas o, a lo más, meras reminiscencias o simbolismos de sus ocultas verdades; en fin, un medio de conseguir la obediencia de la inculta masa mediante aquellos mitos y supersticiones prácticas.

El episodio del “becerro” acaecía en el siglo XV antes de Cristo, según las cronologías largas; según las cortas, en el siglo XIII. De todas maneras, nueve o siete siglos antes de la cautividad de Babilonia, período en el cual se quiere fijar el nacimiento de la Cábala, el esoterismo, la gnosis judía, engendrada por un contagio de zoroastrismo que pervierte la ley. Cuando como el episodio del Sinaí lo demuestra, no la perversión de la ley sino que la perversión de la inmensa mayoría del pueblo judío data siglos antes del xvi o del XIII, según se quiera.

Después del episodio del becerro, es constante la unidad del pueblo de Dios en la idolatría, en tiempos de los jueces y en el de Salomón.

Rex autem Salomon amavit mulieres alienigenas multas […] fueruntque ei uxores quasi reginae septingentae et concubinae trecentae, et averterunt mulieres cor eius. Cumque iam esset senex, depravatum est cor eius per mulieres, ut sequeretur deos alienos; nec erat cor eius perfectum cum Domino Deo suo sicut cor David patris eius, sed colebat Salomon Astharthen, deam Sidoniorum, et Melchom idolum Ammonitarum.

“El rey Salomón, además de la hija del Faraón, amo a muchas mujeres extranjeras … tuvo setecientas mujeres de sangre real y trescientas concubinas, y las mujeres torcieron su corazón. Cuando envejeció Salomón, sus mujeres arrastraron su corazón hacia los dioses ajenos, y no era su corazón enteramente de Yahvé, su Dios, como lo había sido el de David. Y se fue Salomón tras de Astarté, diosa de los sidonios, y tras de Milcom, abominación de los hijos de Amón” (I Reyes, 11, 1.2-5).

Retengamos: “Salomón rindió culto a Astarté, Milcom, Kemos y Molok...” El culto a Molok era la inmolación de las víctimas humanas; a veces, la víctima era el hijo del inmolador.

Ahora bien, y es adonde debíamos llegar, Salomón es el arquetipo de la sabiduría. Sin ser privado de ella por Dios, cae al fin de sus días en una múltiple idolatría, profesa un sincretismo idolátrico, en el cual está comprendido el horroroso culto a Molok. Y cabe preguntarse si dada la sabiduría y la ciencia de Salomón, se explica que cayera en tales aberraciones idolátricas, desafiando las iras del auténtico Dios, por mera seducción de sus mujeres extranjeras. No es lógico, ni verosímil, ni probable. Lo inducible ha de ser que sea seducido precisamente a través de su misma sabiduría, dada su inherente e insaciable ansia de saber. Tal ansia, tan propia de sabio, es natural que lo llevase a querer conocer los “misterios” de todas aquellas idolatrías siendo iniciado en sus más recónditos esoterismos. Su casamiento con la hija del faraón egipcio, con una hija del dios Ra encarnado, le debió dar derecho a ser iniciado por los sacerdotes egipcios en su egoteísmo, secreto último de sus misterios, por ellos exportados a Fenicia, Grecia y Siria… No sería una excepción Israel, teniendo un rey hijo político del “dios encarnado”. Aquel egoteísmo de los misterios egipcios, aquella deificación del iniciado en ellos, verdadera posesión diabólica para nosotros cristianos, era el oculto e indomable impulso al mal, cuya expresión mas satánica eran los sacrificios humanos perpetrados con mayor o menor publicidad y en mayor o menor número por la inmensa mayoría de los idólatras.

Lo ratificamos, la caída de Salomón en las idolatrías tan solo puede tener explicación por una previa perversión doctrinal con simultánea experiencia mágica, en cuya iniciación adquiere conciencia de su autodivinidad: la Cábala.

Los lectores habrán visto que, a partir de Salomón, incluso el mismo, se pueden contar con los dedos y sobran dedos, los reyes que permanecen fieles al Dios de Israel, Mas, incluso cuando reinan estos, salvo en el caso de Josías, el culto a Yahvé que debía ser el culto de una minoría, se oficia simultáneamente con los cultos idolatras; sin duda porque los reyes no se atreven o carecen de fuerza, para prohibirlos y destruir los templos y lugares de abominación.

Al iniciar esta síntesis bíblica de la idolatría de Israel insinuamos la existencia en todas las idolatrías de unos “misterios”, de unas doctrinas esotéricas profesadas por la élite intelectual y política, constituyendo el oculto soporte ideológico-mágico (para el profeta, demoníaco) de los groseros y sangrientos cultos idolátricos de las masas.

FUENTE: Julio Meinvielle, ‘De la cábala al progresismo’ (Buenos Aires, 1994), páginas 97-99.

Páginas 108-110 del documento .pdf:

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